A Care Santos, que me contó la historia de su padre
Atravesó la puerta.
Dobló el abrigo negro,
vistió con él la silla.
Lentamente se dirigió al desván
aún con la maleta
de madera de pino en una mano.
Se detuvo a medir
la quietud de la casa: era perfecta.
Puso un pie en la escalera.
Hubo un ruido de pájaros huyendo.
Descansó la maleta en la primera tabla,
respiró luz y polvo.
Subió cada peldaño sin apresurarse,
aunque una ansiedad roja le latía por dentro.
Al llegar al final, dejó en un ángulo
la maleta y abrió los ventanales:
la tarde encendió lámparas de invierno.
Él buscó en una caja
los pinceles del tiempo en que era joven,
los frascos de pintura un poco secos
y se miró las manos.
Arrastró su equipaje, lo vació por completo,
lo dio vuelta
y partiendo con calma la madera
pintó la primavera en el reverso.
Andrés Neuman
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