sábado, 24 de mayo de 2008

“Mi causa no es la sangre humana”

Fernando Vallejo

El escritor Fernando Vallejo habló abiertamente de su rechazo por el catolicismo el jueves 21 de mayo de 2008 . Crónica de la jornada. Vallejo ya no escandaliza como antes. Ahora se dedica a captar adeptos para defender animales.


Faltan 15 minutos para las 3 de la tarde y el teatro está a reventar, 1.252 personas sentadas y otras 200 de pie o acomodadas de cualquier forma en las escalinatas de los pasillos. Por los altoparlantes nos advierten, cortesía de la casa, que bajo ninguna circunstancia debemos consumir sustancias sicoactivas.
Hay de todo. Profesores y directivos, con semblante ojeroso y reservado. Fotógrafos y camarógrafos. Estudiantes desgarbados, con morrales y celulares que registran cada detalle con sus lentes misteriosos. Y garotas de Ipanema. Este teatro, el Presbítero Camilo Torres Restrepo, de la Universidad de Antioquia, está repleto de garotas, y no deliro: muchachas esbeltas, armoniosas, de caras bonitas y cuerpos espigados, color panela, risueñas y seguras. A mi lado hay una, Sandra Mabel, digamos. Estudia una Licenciatura en Educación Especial. Le pregunto lo obvio: “¿Por qué te gusta Fernando Vallejo?”. “Pues porque dice la verdad”. “¿Cuál verdad?”, me atrevo a contrapreguntar, tendrá pinta de garota pero es sólida y fibrosa y me mira no sin suspicacia. “La mía… la de todos”, y aunque no me sonríe es como si lo hubiera hecho.
En ese momento nos interrumpe una algarabía, “¡llegó!, ¡ahí está!, ¡llegó!”. Vallejo avanza hacia el escenario con la vitalidad e insolencia de sus casi 66 años. Viste con sencillez, holgados pantalones de algodón, camisa amarillo pálido, chaqueta azul, y mocasines. Lo acompaña su hermano Aníbal, uno de sus más leales escuderos. Detrás de ellos, un grupo de voluntarias de la Sociedad Protectora de Animales conduce a una docena y media de perros, Layka, Julio, Pedro, Támara, (no hay ningún Trostky, ningún Capitán, señal de que los tiempos cambian). Algunos viven refugiados en la sede de la Sociedad y otros cohabitan en el hermoso campus de la universidad con sus peores enemigos, los seres humanos. Cuando pasan junto a mí, oigo que alguien le pregunta a uno de los voluntarios si es verdad que los gozques tienen rabia. “¿Rabia?”, se extraña el muchacho. “Sí, como Vallejo”, se ríe el atrevido, y yo miro para otro lado, no se juega con la fe ajena. Los perros se distribuyen por el escenario, delante de las pancartas de la causa: “Comer carne te mata” y “No más sangre en tu plato”. El escritor se mete las manos a los bolsillos del pantalón y se larga a disertar.
Es una erudita, mefistofélica, contradictoria e hilarante perorata sobre el cristianismo y sus secuelas. Para empezar, hace un rápido recuento de los avances de las ciencias, desde Jean Baptiste Lamarck, a principios del siglo 19, pasando por Pasteur, Koch, Darwin y Mendel, hasta la formulación del modelo del ADN, a mediados del siglo 20, todo en procura del bienestar del homo sapiens –hombre sabio-, al que, propone Vallejo, más bien deberíamos llamar homo mendax, hombre mentiroso. Después resume algunas de las asombrosas semejanzas entre animales y humanos. “Entonces ¿qué nos diferencia? La palabra, que, por lo general, usamos para mentir. Vacas, perros, cerdos y caballos, como nosotros, tienen dos ojos, dos fosas nasales, dos hileras de dientes, sangre roja y un sistema nervioso para sentir hambre, sed, terror. Pero los masacramos sin que nos importe un comino. Los animales son nuestro prójimo, nuestros hermanos.

No hay civilización cristiana, hay barbarie cristiana.

Sin transición alguna, con su vocecilla aguda, casi corto punzante, la emprende contra el catolicismo y las otras sectas cristianas, una impresionante retahíla de datos y argumentos históricos, que arranca los primeros aplausos. “En los Evangelios no hay una sola palabra de compasión por los animales, y eso que al Cristo lo presentan como a un cordero y al Espíritu Santo como a una paloma”. Con serenidad, agrega: “La existencia de Cristo se la han tragado hasta los ateos. No hay registro histórico de Cristo. Ni en Tácito ni en Suetonio ni en Plinio, el joven. Sólo aparece en un texto del fariseo Flavio Josefo, nacido en el año 37, que escribía en griego, historiador espurio y falsificador.”
Se saca las manos del bolsillo, se quita la chaqueta y cruza los brazos. “La secta católica ha sido la gran ramera del Poder. Desde Constantino, Carlomagno y Carlos V –vacila un instante y pega un brinco tremendo-, Hitler… Uribe.” El auditorio se estremece de felicidad. “Hace poco ese señor dijo que el Espíritu Santo lo había salvado de un atentado. ¿Pero cómo hizo para saber que fue el Espíritu Santo y no otra de las dos personas de la Santísima Trinidad? Siempre va acompañado por su guardia pretoriana. Porque duda del Paráclito. Yo me meto solo a los tugurios de La Iguaná y a los fumaderos de bazuco y nunca me pasa nada. Y no creo en el Espíritu Santo, ni en el Hijo ni en el Padre”.
A cada blasfemia, una nueva salva de aplausos, sobre todo de los jóvenes, incluidas las garotas. Los más adultos, la verdad sea dicha, respiran con cierta precariedad. Vallejo no cambia de tono y se riega en denuestos contra los Papas de la Iglesia. Lotario de Conti, alias Inocencio III; Giovanni Maria Mastai Ferreti, alias Pío IX; Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, alias Pío XII; Karol Józef Wojtyla, alias Juan Pablo II; Joseph Alois Ratzinger, alias Benedicto, el XVI. No los baja de santurrones, miserables, granujas, cabrones, genocidas, falsarios. “Todas las religiones son empresas criminales”, dice sin inmutarse. “Mahoma, a diferencia de Cristo, sí existió. Fue un malhechor, polígamo, esclavista. El Estado de Israel es la última barrera contra la horda musulmana.

Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.

Va casi una hora y ya nada lo contiene. “Hace un año le levanté un prontuario a la secta católica con mi libro "La puta de Babilonia". Recorrí varios países de mi lengua rogándoles a obispos y sacerdotes que debatieran conmigo. Incluso les pedí a los tres cardenales colombianos que contestaran mis acusaciones. Ninguno se atrevió. Ni la alimaña esa que se acaba de morir, Alfonso cardenal López Trujillo, y que ahora ha de estar en los más profundos infiernos. Lo podrían reemplazar con Álvaro Uribe.
Vallejo reitera su posición. “Mi causa no es la sangre humana. La causa de los animales es una causa perdida pero por eso me gusta. Soy quijotesco. El éxito es de los granujas”. Y concluye: “Nací en la religión de Cristo pero en ella no voy a morir. Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.
Le cede la palabra al público. Sobran los elogios. De paso, alguien le recuerda a Tomás Carrasquilla, tema oficial de su conferencia. Dice poco: “Siento gran afecto por él. Fue un hombre noble, discreto, modesto, escribió tarde porque le daba vergüenza que se ocuparan de él. Poco conocido en Antioquia, muy poco en Colombia y nada afuera. Este año, sesquicentenario de su nacimiento, lo hemos sacado del olvido; el año entrante volverá a él.
¿Y Fernando González? “No lo conocí pero estuve en su entierro. Veinte personas. Un nadaísta de la época, para escandalizar a las señoras, citó una frase que al maestro le gustaba mucho: ‘Putísima es la vida’. Le pasó lo mismo que a Carrasquilla. Mal leído en Antioquia, poco en Colombia, nada afuera. Se diluyó en el tiempo y en el aire. Por lo demás, andaba errado de pe a pa. Quería que los católicos fueran buenos o mejores, un imposible ético y moral.
¿Algún día desaparecerá el cristianismo?”. Vallejo, con esa ansia de Dios que mal disimulan sus injurias contra Cristo, responde con sequedad: “No sufra por eso. Este planeta se va a acabar primero.”
Una niña, tal vez la única presente en el auditorio, se empina ante el micrófono: “¿Usted cómo se inspira para copiar?” Vallejo parece confundido y luego sonríe: para ella copiar es escribir, o viceversa. “Yo copio en una computadora pero las palabras que me salen son mías”. La niña no queda satisfecha. “¿Pero cómo se inspira?”, insiste. A Vallejo se le ilumina el rostro: “¿Cómo me inspiro? Pues con la rabia que me hacen dar aquí en Colombia.”

Esteban Carlos Mejía

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