jueves, 6 de octubre de 2011

Otros tres poemas tres de Juan Manuel Roca

Repertorio de sombras

Todos sabemos
Que hay una ciudad escondida en la ciudad,
En las tardes detenidas de los jubilados,
En sus historias mil veces recordadas
Con cafetales y caballos y bandoleros
Que tocaban guitarra al pie de las fogatas.
Una ciudad donde siempre,
En alguna esquina de las 5 de la tarde,
Es un domingo lluvioso de 1940.
En el Café Saint Moritz,
Una y otra vez suena una canción
Que habla del río Magdalena,
Una canción que insiste
En que el río se la pasa viajando
Mientras la lluvia apaga el golpeteo del billar
Y los ateridos charladores se agazapan
Tras el mercurio de las copas de aguardiente.
En el Pasaje Rivas, los coloridos baúles de hojalata
Y las poltronas de mimbre
Que parecen viejas damas sedentarias,
Esperan sin saberlo su adopción.
Más arriba, en el Pasaje Hernández,
Un callejón con marquesina
Que huele a eucalipto y humedad,
Se levatan los altares de Nadie:
Fotografías de desconocidos en un parque,
Anuncios de clínicas
Para muñecas heridas por el tiempo,
El retrato de una pulcra familia de provincia
Llegada a la capital el año 27,
Carteles desteñidos de un cine de barrio
Que todavía anuncian la revuelta de Espartaco,
La derrota irremediable del general Custer
O la triste historia de un borracho
Empacado en su abrigo hacia Siberia.
Todos sabemos
Que hay una ciudad escondida en la ciudad,
En los pequeños hoteles del centro
Donde abandonamos besos y jadeos
Tras llegar a una estación de tren
Poblada de hierros y fantasmas.
En la Plaza de los Mártires,
En su reventa de sueños,
Alguien compra el chaleco de uno que fue
Y sonríe ante el espejo
Como si cortejara a una dama.
Al hombre, al pálido funcionario
Que teclea peticiones y demandas,
Le suenan dos grillos en los zapatos
Cuando atraviesa el silencio del juzgado.
Hay una ciudad escondida en la ciudad,
En una plaza donde cae una lluvia leprosa
Desde el 15 de octubre de 1920,
En un terraplén
Por donde pasan los reclutas
De regreso al cuartel
Y la banda presidencial
Desentona en una marcha sobre un río extranjero.
Todos sabemos
Que hay una ciudad escondida en la ciudad,
En las voces anónimas que cruzan la calle,
En los campos de fútbol de barriada,
En un hipódromo
Abandonado al abuso de la hierba.
Por las dos ciudades
Corre el persistente rumor
De que hay vida en otra parte.


El arte de mutilar estatuas

En el principio fue la ruina.
Antes de que Eva encontrara
Un pomelo en la alacena,
De que el ángel fuera yeso,
Su espada yeso y yeso sus sandalias.
Los bárbaros
Fueron grandes hacedores de ruinas,
Peritos en mutilación de monumentos.
A su paso por las ciudades
Dejaban dioses inválidos,
Cónsules mancos y reinas necrosadas.
Se dice que los hijos de sus hijos
Aprendieron a mutilar estatuas
Como ninguno,
A desollar bestias de piedra
Mucho antes de la invención de los cañones.
A cada tanto
Les venía una gana tajamar
De oficiar el arte de las mutilaciones,
La espléndida arquitectura de las ruinas.
Aprendiz de bárbaro,
A veces creo que si apagáramos al hombre
Su ambición de centauro,
Si desmontáramos tantos falsos jinetes
De las estatuas ecuestres
Y solo quedaran en los parques
Caballos de bronce tras las rejas de la lluvia,
Podríamos cambiar la pompa de los museos
Por la humildad de los establos.
Es cuestión de oficio
Saber qué parte de una estatua cercenar.
                               Barcelona, octubre 15 de 2009


Catedral de sal

Sudan las paredes de la catedral su yodo milenario.
Cárcavas y catacumbas hechizadas por el blanco.
Gotea el tiempo como la mujer de Lot al pie de las fogatas.
Llevo en el bolsillo del saco el brillo de la marmaja,
Pedrusco plateado que los mineros llaman el oro de los tontos.
Afuera, la verde sabana resplandece
Y una tajada de luz besa las montañas.
La iglesia subterránea, con algo de enorme cetáceo
Se zambulle en el profundo mar de su silencio.
La iglesia, siempre dispuesta a devorar los pasos ciegos de la noche.
Te recorro, oculta catedral, gran bodega de rezos y flagelos,
Noche escondida bajo la capa vegetal,
Taller de lunas donde esculpen la nave de Dios,
Reloj de sol escamoteado en un descuido del mar.
La mina se ha trocado en barco carbonero,
En ballena blanca perseguida por las blasfemias
De un delirante capitán.
Los blancos acólitos encienden cirios en el saladar
Y las llaves de San Pedro se llenan de herrumbre.
Madre, no mires hacia atrás,
La fábula repite la vocación de las estatuas
Y tú vives en mí, que soy tu hechizada catedral.

                 De Temporada de estatuas

Juan Manuel Roca nació en Medellín (Colombia), en 1946. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975), Fabulario real (1980), País secreto (1987), Ciudadanos de la noche (1989), La farmacia del ángel (1995), Las hipótesis de nadie (2005) y Biblia de pobres (2009). Reconocido con numerosos premios y destacado por la crítica, se le considera uno de los poetas contemporáneos más importantes de América Latina.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Tres poemas tres de Juan Manuel Roca

Poética

Tras escribir en el papel la palabra coyote
Hay que vigilar que ese vocablo carnicero
No se apodere de la página,
Que no logre esconderse
Detrás de la palabra jacaranda
A esperar a que pase la palabra liebre y destrozarla.
Para evitarlo,
Para dar voces de alerta
Al momento en que el coyote
Prepara con sigilo su emboscada,
Algunos viejos maestros
Que conocen los conjuros del lenguaje
Aconsejan trazar la palabra cerilla,
Rastrillarla en la palabra piedra
Y prender la palabra hoguera para alejarlo.
No hay coyote ni chacal, no hay hiena ni jaguar,
No hay puma ni lobo que no huyan
Cuando el fuego conversa con el aire.

Preguntas ante un busto del Reverendo Charles Lutwidge Dodgson, alias Lewis Carroll.
 

¿Qué puede hacer un descreído de sí
Que se aburre en el tiempo victoriano
De las puertas clandestinas y cerradas?
¿Cambiarse de nombre,
Dejar de llamarse Reverendo Dodgson
Y reinventar el mundo?
¿Vivir confinado en el sueño
Más a gusto que en una armadura de bronce?
¿Qué puede hacer un buen señor
Crecido en la doctrina de los buenos modales
Al escuchar a la reina de corazones
Vociferando a diestra y siniestra:
¡Córtenle la cabeza, córtenle la cabeza!
Pues todo lo que tenga cabeza
Puede ser decapitado? ¿Qué puede hacer?
¿Retratar niñas raptadas al futuro
Y a una impostergable soledad?
Reverendo Dodgson:
La vida, ¿una merienda de locos?
¿Un sombrero que cree
Que todas son las horas del té?
¿Un croquer de obedientes cortesanos
Cuyos mazos son pájaros flamencos?
¿Un juicio de pesadilla
En el trono de una reina de corazones?
¿La boca oscura de alguna madriguera?
¿El paso de las lunas del tiempo,
De acosados conejos pendientes
De las flechas rotas de un reloj?
¿Una pluma al aire
De las maquinaciones de la noche y el azar?
¿Lo subterráneo que aflora irremediable
sobre la fría piel de los espejos?
¿La creación de un Dios que sabe que la ley
Es mermelada ayer, mermelada mañana
Per nunca mermelada hoy?
¿Una corte de naipes en un reino sin razón?
¿Una estatua que desaparece
En la niebla de la ciudad
Como un gato en el aire?
Reverendo Dodgson,
No resulta imperativo que responda.

              Para Andrea Roca


Un paisaje escondido

                                    (La Floresta, Medellín, 1953)

Aún no sabíamos que nuestra extrañeza
Venía de que todo niño es extranjero,
Alguien que vive en una eterna periferia.
Ahora, recordar aquel barrio
Es como encender en la alcoba el interruptor:
La quebrada vuelve a bajar tormentosa
Y a dejar sobre los barrancos
Unos peces palpitantes que pueblan de ojos las orillas.
Alguien del vecindario
Alquilaba la luna
Como un balón suspendido sobre los patios del verano.
Los muchachos mayores
Permanecían en corrillo en las esquinas
Contando sus proezas
O sonando una batería de canecas oxidadas
Con baquetas de sauces y escobillas de ramas.
El olor de las pomas
Se fugaba de sus formas
Y entraba sin permiso en la ventanas.
Que aún llegaran, de tanto en tanto,
Los penumbrosos ladrones de ganado
Y las charcas croaran sin el estímulo de nadie
Era un oráculo que anunciaba la llegada
De las hormigas aladas y las lluvias.
El relincho súbito de un caballo
Recorría la calle y los cascos del percherón
Anunciaban el carromato de la leche,
Sus frascos que llenaban de un blanco de nube la mañana.
En el granero, entre latas de sardinas
Y un cardumen de esferas de alcanfor,
Los viejos partían manoseadas barajas
Y hablaban de sus pueblos
Como se habla de un perdido talismán.
Aunque fuera azul y expresionista,
No voy a hablarles del cielo, ese lugar común.
Una lagartija se desliza en medio de mis palabras.

             De Temporada de estatuas (Colección Palabra de Honor / Visor Poesía)

"Juan Manuel Roca nació en Medellín (Colombia), en 1946. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975), Fabulario real (1980), País secreto (1987), Ciudadanos de la noche (1989), La farmacia del ángel (1995), Las hipótesis de nadie (2005) y Biblia de pobres (2009). Reconocido con numerosos premios y destacado por la crítica, se le considera uno de los poetas contemporáneos más importantes de América Latina.
 

Tras Biblia de pobres (Visor Poesía), Juan Manuel Roca se vuelca en uno de sus temas recurrentes, el del tiempo atrapado en el arte, para proponer una Temporada de estatuas. Son poemas que se informan a sí mismos de cómo encontrar la aguja en el pajar del lenguaje. Al libro lo atraviesan rasgos de una ironía que recuerda cómo las cosas sobreviven a sus dueños, mientras explora el arte de levantar o de arruinar estatuas, un asunto con el que el tiempo, de manera feroz e iconoclasta, entretiene su insomnio.
 

Se celebra a Brodski, a Carroll, nadie erige una estatua a Bakunin en la imposibilidad de esculpir el viento, la bruja de Goya sobrevuela la oscura noche del alma, el señor Rimbaud acepta que le hagan una estatua a condición de que le permitan fundirla para hacer balas y disparar contra su patria, Miguel Ángel nos recuerda que en todas las piedras del mundo hay una estatua dormida y que basta con eliminarles lo que sobra para encontrarla.
 

También aparece de manera arriesgada y podría decirse que celebratoria, su país, un territorio que en sus versos se mueve entre el asombro y la miseria."

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El otro examen

"¿Cuándo tiene que hacerse el otro examen? ¿Y sí fue Cristian? Que si sí fue Cristian. Ah, bueno. ¿Y qué haces? Yo también. Ah, bueno, hágale."
           Una muchacha, estudiante u oficinista, hablando por celular en el Metro / jueves 21 de julio de 2011 / 1:19 p.m