viernes, 12 de septiembre de 2008

¡Sindéresis, hombre!

El Espectador, 12 de septiembre 2008

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

¡Sindéresis, hombre!

Por: Esteban Carlos Mejía
A VECES, CUANDO SE ENCRESPA una reunión de copropietarios de un edificio o cuando se caldean los ánimos en una asamblea de accionistas, no falta el abogado bonachón o conciliador que alza la mano, pide la palabra y exclama entre el griterío “¡sindéresis, damas y caballeros, sindéresis!”. Tampoco sobra el alma caritativa que nos explica el latinajo.

Sindéresis es la capacidad natural de los seres humanos para juzgar rectamente y con acierto. De creerle al venerable padre Luis de la Puente, de la Compañía de Jesús, en sus Obras Espirituales, de principios del siglo XVII, la sindéresis “es un perpetuo despertador que nunca duerme, un continuo predicador que nunca enmudece y un ayo que siempre anda en nuestra compañía, exhortándonos a la virtud y apartándonos del vicio”. Si hacemos buenas obras, nos aprueba, alaba y premia con la paz de la buena conciencia. Al contrario, si caemos en culpa, “nos reprende y castiga con el remordimiento” y nos previene de volver a pecar, como “vicaria y lugarteniente de Dios”. Cosa seria, pues. Asunto de inescrutables teologías, desde San Agustín hasta el nuevo Catecismo de la Iglesia católica pasando por Santo Tomás de Aquino. En palabras terrenales sindéresis es discreción, cordura, raciocinio, tacto, juicio, discernimiento: “La prudencia, que hace verdaderos sabios”. Quien tiene sindéresis, tiene la sartén por el mango, aunque la manteca pringue. Y a diferencia de ubérrimo y hecatombe, no es otra grecoantioqueñada aunque parezca.

Hoy en día, sin embargo, no abunda entre quienes nos gobiernan. “La Fiscalía en Medellín es un desastre, una infiltración de la mafia, ¡una vergüenza!”, grita el ciudadano Presidente, y se le olvida que el director de esa seccional era cuota política (y hasta familiar) de su ministro del Interior y Justicia. “El periodista Daniel Coronell ocultó durante años las pruebas de un delito”, se enfurece, y olvida que el delito es nada menos que el cohecho impropio que lo llevó a la Presidencia en segundas nupcias. “¿Bandera blanca? No se la hemos dado al terrorismo, mucho menos a la Corte Suprema”, gruñe desapacible. “Las penas a los extraditados son minúsculas”, se lamenta, y el embajador gringo, simpatía aparte, le recuerda quién es el dueño de la finca y quién el mayordomo.

No soy nadie para pedirle o darle tregua a este Patrón desbocado y arisco. Por mí, mientras más rápido salgamos de esta democracia profunda en sectarismo y fanatismo, mucho mejor. Pero ojalá, siquiera por una vez, se dignara acatar la voz de la vicaria y lugarteniente de Dios: ¡sindéresis, hombe Uribe! ¡Sindéresis!

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Rabito de paja: Ahora bien, si le da tanta lidia quedarse callado y actuar con juicio, por lo menos, no grite. Como dice J. M. Coetzee en Diario de un mal año, “gritar no es simplemente hablar desgañitándose. No es un medio de comunicación en absoluto, sino una manera de ahogar las voces de nuestros rivales. Es una forma de agresividad, una de las más puras que existen, fácil de practicar y enormemente eficaz. (…) Una de las primeras cosas que deberíamos aprender en el proceso de convertirnos en seres civilizados: no gritar”.

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